Dentro del modelo educativo epistemológico dialéctico planteado, la relación entre teoría y práctica se concibe como un proceso dinámico y complementario. La teoría no es simplemente un conjunto de conocimientos abstractos o predefinidos, sino que representa una construcción constante que busca comprender y explicar los fenómenos educativos. Esta fase teórica es un punto de partida para estructurar las ideas, los marcos conceptuales y las estrategias pedagógicas necesarias para abordar las realidades educativas. Sin embargo, la teoría por sí sola es insuficiente, ya que necesita ser contrastada, aplicada y modificada a través de la experiencia en la práctica.
La práctica, en este sentido, no se limita a la implementación mecánica de la teoría, sino que es un espacio donde se generan nuevas formas de conocimiento. Es un proceso vivo, en el que docentes y estudiantes interactúan con el contexto, adaptando y reconfigurando los planteamientos teóricos para responder a las necesidades y particularidades del entorno educativo. En la práctica, los supuestos teóricos se ponen a prueba, y en muchos casos, se descubren limitaciones o se abren nuevas vías de comprensión.
Este modelo establece una retroalimentación constante entre teoría y práctica. La teoría proporciona un marco orientador para la acción educativa, mientras que la práctica genera datos y experiencias que retroalimentan, ajustan y enriquecen la teoría. Así, la enseñanza-aprendizaje se convierte en un proceso dialéctico, en el que ambos elementos se transforman mutuamente. La teoría no es estática, se ajusta y evoluciona en función de los resultados y reflexiones obtenidos en la práctica, mientras que la práctica se enriquece a medida que la teoría se adapta a las nuevas realidades y retos.
En este ciclo, la relación entre teoría y práctica es fundamental para la construcción de un sistema educativo que responda a las demandas cambiantes de la sociedad, proporcionando una formación más flexible, crítica y ajustada a los desafíos tanto presentes como futuros.