Cuando decimos que alguien es una persona «de principios», estamos resaltando el hecho de que tiene un carácter definido y unas convicciones firmes. Lo estamos elogiando. Esta persona, seguramente, procura inculcar esas convicciones en su familia y está atenta especialmente a que sus hijos se formen con una sólida convicción ética.
Con los centros educativos sucede algo semejante. Cuando uno de ellos asegura que presta una particular atención a los principios y a los valores morales, sabemos que en la formación de sus alumnos tiene como punto de referencia conceptos o verdades fundamentales de la vida que inspiran, de cierta manera, la conducta personal.
Pero, ¿qué es un principio?
El término «principio» tiene varias acepciones. Una de ellas lo define como la «norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta» . Otra lo define como la «base, origen, razón fundamental sobre la cual se procede discurriendo en cualquier materia» , o «cada una de las primeras proposiciones o verdades fundamentales por donde se empiezan a estudiar las ciencias o las artes». Estas dos últimas se refieren a los principios lógicos o principios epistemológicos (relativos al conocimiento) y se las considera evidentes e implícitas en todo razonamiento. Entre los principios podemos destacar, a manera de ejemplo, los siguientes: el principio de contradicción («Nada puede ser y no ser al mismo tiempo») y el principio de razón suficiente («Todo ente tiene su razón de ser», «El hombre es un ser racional» o «El todo es mayor que las partes») .
Pero hay uno, que aquí denominamos el primer principio de la razón práctica: «Las personas tienden a hacer el bien y a evitar el mal». Este principio también recibe el nombre de sindéresis, palabra de origen griego que significa «chispa de la conciencia» y que definimos ahora como «el discernimiento o la capacidad natural para juzgar rectamente lo que está bien o lo que está mal».
y aquí, cuando hablemos de los principios, nos referiremos a los principios éticos. De manera semejante a como la naturaleza está determinada y ordenada por leyes universales, el comportamiento humano se rige por algunos principios fundamentales. ¿Qué caracteriza a estos principios éticos? Podemos destacar los siguientes aspectos:
- Objetividad
- Universalidad
- Inmutabilidad
- Inherencia al ser humano
Pero enunciemos un principio que nos permita ver con claridad estas características: «la dignidad humana» . Es objetivo, es decir, no depende de mí, ni puedo someterlo a discusión; sólo puedo acatarlo. Es universal y es inmutable, porque es válido, de la misma manera, en todas las culturas, indistintamente de su situación en el tiempo o en el espacio. Es inherente al ser humano, porque si lo quebranto, me quebranto a mí mismo; es decir, si alguien actúa desconociendo lo que ordena este principio, va en contra de sí mismo. En fin, si una persona o comunidad decide desconocer lo que ordena el principio y alejarse de él, sufre un proceso inevitable de deterioro y destrucción.
Una historia antigua
En el sentir popular y en el lenguaje común se reflejan las características que hemos atribuido a los principios: objetividad, universalidad, validez absoluta, inmutabilidad. «Cambiar de principios» es entendido como dejar de ser coherente. Por otra parte, existe la convicción bastante arraigada de que «los principios no se negocian», porque son las pautas fundamentales del comportamiento que me vienen dadas, en último término, por mi condición de persona. No son resultado de una moda pasajera. Los principios están desde siempre en la preocupación de la humanidad por encontrar las raíces de la conducta y han sido formulados y vividos de muchas maneras y reflejados en las leyes y las costumbres de los pueblos.
Si hay principios absolutos, quiere decir que no todo es relativo, ni todo da lo mismo (decir la verdad o mentir, respetar la vida o atentar contra ella, cumplir los compromisos o faltar a ellos, etc.), porque hay leyes naturales que la razón práctica humana descubre en ella misma, que son puntos de referencia obligada, y esto significa que hay que aceptarlas porque de lo contrario el mundo se convertiría en un auténtico caos.
De esta manera, podemos introducir la distinción principal entre un principio y un valor: se puede cuestionar o relativizar un valor, pero no un principio. Los principios no dependen de nuestras interpretaciones ni de nuestras percepciones, puesto que son inherentes a nuestro ser.
También hay que tener en cuenta la manera en que yo vivo el principio, distinta a la idea que tengo de él, pues éste se vive espontánea e instintivamente. Así como cuando vemos que un ladrillo viene desde arriba hacia nuestra cabeza, no necesitamos saber (y mucho menos formular) la ley de la gravedad para comprobar que caerá encima de nosotros si no nos desplazamos. No pensamos en nada, sino que nuestro instinto de supervivencia nos mueve inmediatamente.
Sobre estos principios se fundamentan el desarrollo de la persona, la convivencia y la armonía social. Su validez no depende de otras ciencias o de que una mayoría decida que están vigentes. Los distintos grupos sociales, el Estado y, sobre todo, cada persona no tienen más que hacer que reconocer los principios, descubrirlos, no inventarlos (no es necesario), porque son inherentes a la condición humana, de manera parecida a como el instinto de supervivencia es propio de cada ser.
Algunas veces las leyes pueden estar en contra de lo que indican los principios, a pesar de que éstas buscan, ante todo, la protección o realización de ciertos principios que faciliten la convivencia armónica; por ejemplo, en algunos países la ley dice que «El que contamina paga» , lo cual está en contra del principio que nos indica que debemos respetar la naturaleza. Aunque el hombre actúe de conformidad con esa ley, de todas maneras está yendo en contra del principio que pide proteger la naturaleza, es decir, se está haciendo daño a sí mismo o a otros, a largo plazo. O cuando en algunos países se admite la eutanasia voluntaria, dejando que prime la decisión personal de quitarse la vida.
Es normal que a la hora de concretar estos principios y de expresarlos haya diversidad de posturas. Pero, a pesar de todo, hay ciertos aspectos inmodificables que perduran aun dentro de las diferencias de interpretación. Por ejemplo, en cualquier contexto se sabe que el derecho a la libertad es indispensable para el desarrollo de la vida humana, y ponerlo en duda supondría el derrumbe del orden ético y jurídico.
¿Y, en definitiva, cuáles son los principios primordiales?
A pesar de que hay una significativa coincidencia de algunos principios en la historia de muchas culturas (con distintas ideologías y religiones y de distintas razas), no se puede elaborar una lista única. Pero podemos citar algunos (introduciéndoles algunas variaciones), tomados del libro Dilemas éticos en la empresa, de Carlos Llano:
- La persona tiende por naturaleza a hacer el bien y evitar el mal.
- El ser humano está dotado de una dignidad esencial.
- La vida humana debe ser respetada como un bien inalienable.
- El fin no justifica los medios.
- La persona tiene derecho a su pleno desarrollo.
- La libertad es esencial para el desarrollo de la persona.
- El bien común es superior al bien particular.
- La persona tiene derecho a participar en los destinos de la sociedad.
- La familia es un ámbito indispensable para el crecimiento de la persona.
- El ser humano es capaz de comprometerse y cumplir lo prometido.
- El trabajo es un derecho básico para la subsistencia personal.
- La naturaleza es un ámbito esencial para la vida y como tal debe ser respetada.
- La persona tiene derecho a vivir en paz.
Los Diez Mandamientos contienen principios naturales de orden ético. También pueden considerarse en esa misma línea los derechos humanos, definidos y aceptados en conocidas declaraciones universales (algunos de los mencionados en la enumeración anterior y otros como el derecho a la vida, al buen nombre, a la libertad, al trabajo, a la movilización personal, a un juicio justo, etc.).