El concepto de que los seres humanos pueden influir en la duración y calidad de sus vidas no es nuevo. Uno de los primeros defensores de esta idea fue Luigi Cornaro, un noble italiano del Renacimiento del siglo XVI, quien promovía la moderación como clave para una vida larga y saludable. Cornaro vivió hasta los 98 años, una cifra cercana al límite de vida que los científicos de su tiempo consideraban alcanzable para los humanos. Sin embargo, en la actualidad, ese límite ha sido superado con la creciente presencia de personas centenarias, es decir, aquellas que viven más allá de los 100 años. La pregunta que surge ahora es: ¿es posible que los seres humanos vivan incluso más tiempo?
Hasta hace unas décadas, las curvas de supervivencia, que miden los porcentajes de personas que viven hasta ciertas edades, respaldaban la idea de un límite biológico en la duración de la vida. Estas curvas mostraban que, a medida que los individuos se acercaban a los 100 años, sus probabilidades de fallecer aumentaban considerablemente, lo que indicaba que la expectativa de vida máxima estaba en torno a esa edad, sin importar la condición física o el estado de salud. Sin embargo, investigaciones recientes han comenzado a desafiar esta noción.
El científico Leonard Hayflick descubrió en 1974 que las células humanas no se dividen más de 50 veces en el laboratorio, fenómeno que se conoce como «límite Hayflick». Este descubrimiento sugiere que las células humanas tienen un límite biológico para su reproducción, lo que implicaría que el ciclo de vida humano también está genéticamente programado. Hayflick estimó que este límite situaría la esperanza de vida humana máxima en torno a los 110 años. Sin embargo, otros estudios han señalado que la longevidad podría ir más allá de esa cifra.
Por ejemplo, en Suecia, la expectativa de vida máxima aumentó de 101 años en la década de 1860 a 108 años en la década de 1990, debido principalmente a la reducción de las tasas de mortalidad entre los mayores de 70 años. Además, las investigaciones han demostrado que las tasas de mortalidad disminuyen después de los 100 años, lo que sugiere que las personas que alcanzan esa edad son más resistentes y, por lo tanto, tienen una mayor probabilidad de seguir viviendo. De hecho, estudios indican que las personas de 110 años no tienen mayor probabilidad de morir en un año determinado que aquellas que tienen 80 años. Este fenómeno sugiere que no existe un límite fijo para la vida humana, y algunos investigadores creen que podríamos vivir aún más tiempo.
Basados en modelos matemáticos recientes y datos obtenidos de mujeres suecas que han vivido muchos años, algunos expertos han propuesto que el ciclo de vida humano máximo podría estar en torno a los 126 años. Aunque esta cifra es más alta que las estimaciones anteriores, otros científicos creen que un incremento exponencial en la longevidad humana es poco probable. Los avances en la expectativa de vida desde la década de 1970 se han debido principalmente a la reducción de enfermedades relacionadas con la edad, como las enfermedades cardíacas, el cáncer y los accidentes cerebrovasculares. Sin embargo, será difícil prolongar significativamente la vida a menos que los científicos descubran una manera de modificar los procesos biológicos fundamentales del envejecimiento.
En este contexto, la investigación en animales ha mostrado resultados prometedores. Los científicos han logrado extender significativamente el ciclo de vida de lombrices, moscas de la fruta y ratones mediante ligeras mutaciones genéticas. Estos estudios sugieren que es posible retrasar el envejecimiento y aumentar tanto la vida promedio como la máxima. Sin embargo, en los humanos, el control genético del envejecimiento es mucho más complejo, ya que no parece haber un solo gen o proceso responsable de la senescencia. Además, las especies que han sido objeto de estudios sobre longevidad tienden a vivir mucho menos tiempo que los humanos, por lo que las técnicas que han funcionado en esas especies podrían no ser aplicables a las personas.
Una de las líneas de investigación más prometedoras para prolongar la vida humana se basa en la restricción calórica. Este enfoque, inspirado en teorías sobre el metabolismo y el uso de la energía como factores clave en el envejecimiento, ha demostrado que la reducción drástica de calorías, sin comprometer la nutrición, puede extender considerablemente la vida de diversas especies, desde lombrices hasta monos. En los humanos, la restricción calórica ha mostrado beneficios significativos, como una menor incidencia de enfermedades relacionadas con la edad, incluyendo la diabetes, el cáncer y enfermedades cardíacas. Sin embargo, aún se desconoce la cantidad óptima de restricción calórica necesaria para obtener estos beneficios, y no está claro si la delgadez inducida por el ejercicio tiene los mismos efectos que la resultante de una dieta restrictiva.
A pesar de los avances en la comprensión de la longevidad, algunos gerontólogos han expresado su preocupación de que, si los humanos logran prolongar significativamente sus vidas, podrían aumentar los padecimientos y enfermedades discapacitantes relacionadas con la vejez, como la demencia. No obstante, los estudios en animales y la investigación sobre centenarios sugieren que estos temores podrían ser infundados, ya que las enfermedades fatales tienden a aparecer solo cerca del final de una vida prolongada.
En resumen, aunque el sueño de extender significativamente la vida humana sigue siendo un reto científico, los avances en la investigación genética, la restricción calórica y el estudio de la longevidad en animales y humanos ofrecen nuevas esperanzas para el futuro.