Los principios no se deben confundir con los valores. Los principios son universales y no se discuten sus implicaciones; en cambio, los valores sí se pueden prestar a mayor discusión. Por ejemplo, la dignidad esencial del ser humano es distinta de los valores que se pueden deducir de ella: el respeto a las ideas, la tolerancia, etc.
De hecho, cuando nos preguntamos si un valor es interpretado de una manera correcta, debemos invocar el principio del cual se desprende el valor (que es subjetivo porque requiere una adhesión espiritual y libre por parte de la persona).
Pongamos otro ejemplo: El principio es «Los pactos deben ser cumplidos». Una persona leal es la que cumple con aquello con lo que se comprometió. La lealtad es un valor y como tal es subjetivo, pero no puede serlo hasta el punto de alejarse del principio del cual se desprende. Sería el caso de alguien, supuestamente leal, que sostuviera que podría ser leal sin cumplir los compromisos, en cuyo caso estaría yendo contra el principio que inspira el valor de la lealtad.
Incluso se puede afirmar lo mismo de valores que no representan un compromiso espiritual tan fuene como los éticos. En estos valores (los naturales, económicos, sociales, culturales, estéticos) , la noción misma de valor posee, por decirlo así, una «intensidad» diferente a la de los valores éticos. Podemos decir que éstos son «trascendentales» porque están inspirados en principios que trascienden a la persona concreta y afectan a todos.
Es importante también tener clara la relación que existe entre los valores y las vinudes, que son las que representan el ejercicio de capacidades personales de hacer el bien a través de hábitos estables dirigidos a formas específicas de dicho bien. La virtud es siempre personal, lo que no ocurre con el valor, que puede permanecer en un plano impersonal, no incorporado a la vida o incorporado sólo a través de acciones aisladas, no vividas como hábitos.