Los niños juegan por el simple placer que les brinda esta actividad, pero, desde una perspectiva evolutiva, el juego cumple una función crucial en su desarrollo. Diversos estudios sugieren que el juego, aunque requiere tiempo y energía, ha sido seleccionado evolutivamente por sus amplios beneficios para los infantes (Bjorklund y Pellegrini, 2000; P. K. Smith, 2005).
Psicólogos y educadores destacan el papel adaptativo del juego durante la infancia. Según esta visión, el largo periodo de inmadurez y dependencia que caracteriza a los seres humanos permite que los niños adquieran habilidades físicas, cognitivas y sociales esenciales para su vida adulta. “El juego es una herramienta vital para que los niños dominen actividades y desarrollen un sentido de sus capacidades», señalan Bjorklund y Pellegrini (2000).
Una de las principales ventajas del juego es que brinda a los niños un ambiente seguro para practicar habilidades que necesitarán en el futuro. Tal como lo indica Hawes (1996), “el juego permite a los niños ensayar conductas adultas en un entorno libre de riesgos». Además, investigaciones con animales sugieren que el juego está vinculado a la evolución de la inteligencia, ya que las especies más inteligentes son las que juegan más activamente.
Desde la perspectiva evolutiva, los padres fomentan el juego porque, aunque no sea productivo en términos inmediatos, los beneficios a largo plazo superan las posibles ventajas de actividades más utilitarias. Esta es una de las razones por las que las diferencias de género en el juego permiten que niños y niñas practiquen roles adultos relacionados con la reproducción y supervivencia (Bjorklund y Pellegrini, 2002; Geary, 1999).
Existen varios tipos de juego que cumplen funciones evolutivas específicas. Por ejemplo, el juego locomotor temprano, presente en todos los mamíferos, favorece el desarrollo cerebral, mientras que el juego de ejercicio fortalece la resistencia física y las habilidades motoras. De igual manera, el juego con objetos, más común en primates, ha contribuido a la evolución de las herramientas, permitiendo a los seres humanos aprender sobre las propiedades de los objetos y cómo utilizarlos (P. K. Smith, 2005b).
El juego dramático, en cambio, es una actividad casi exclusiva de los humanos, en la que los niños simulan situaciones de la vida adulta. Este tipo de juego es menos frecuente en sociedades donde los niños deben participar activamente en el trabajo adulto, como las sociedades de cazadores-recolectores. No obstante, en las sociedades modernas, los medios de comunicación influyen notablemente en los temas del juego dramático, especialmente en familias de clase alta, donde este tipo de actividades es fuertemente alentado (P. K. Smith, 2005a).
En definitiva, el juego infantil tiene un valor incalculable para el desarrollo integral de los niños. Aunque queda mucho por investigar sobre sus funciones específicas, una cosa es clara: el tiempo dedicado al juego es tiempo bien aprovechado para el crecimiento y aprendizaje de los más pequeños.