La diferencia entre la concepción de Dios en «La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días» también denominada «mormonismo» y la filosofía de Baruch Spinoza es notablemente profunda, y revela dos perspectivas diametralmente opuestas sobre la naturaleza de lo divino, la relación entre Dios y el universo, y el papel de lo sagrado en la vida de los seres humanos.
En el mormonismo, Dios es un ser personal y tangible. Los mormones creen en un Dios que tiene un cuerpo físico glorificado, un Padre Celestial real que conoce a cada ser humano de manera íntima y directa. Este Dios, según su doctrina, está profundamente involucrado en la vida de sus hijos espirituales. Los mormones se refieren a Dios como el Padre de los espíritus de todos los seres humanos, un Ser que ama profundamente a sus hijos y escucha sus oraciones. Este concepto de un Dios cercano y emocionalmente comprometido marca un contraste significativo con otras visiones teológicas, particularmente con la idea de un Dios distante o abstracto. En el mormonismo, la relación con Dios es tanto personal como directa: Dios es un ser al que los fieles pueden dirigirse, con quien pueden comunicarse, y de quien esperan respuestas, consuelo y guía en su vida diaria.
Además, en la tradición mormona, la Trinidad (Dios Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo) está compuesta por tres seres distintos y separados que, aunque trabajan en unidad, no son una entidad singular en sustancia como lo plantean muchas otras tradiciones cristianas. Dios el Padre y Jesucristo tienen cuerpos tangibles, glorificados, mientras que el Espíritu Santo es un ser de espíritu. Esta doctrina pone un fuerte énfasis en la idea de que los seres humanos son literalmente hijos espirituales de Dios y que, al vivir vidas rectas, pueden aspirar a la exaltación, es decir, llegar a ser como Dios. Este principio es clave en la teología mormona: los seres humanos poseen un potencial divino inherente que, con el tiempo y bajo las correctas condiciones de fe y obediencia, puede culminar en alcanzar una forma de divinidad.
Por otro lado, la concepción de Dios en la filosofía de Baruch Spinoza está completamente alejada de cualquier idea de un Dios personal o antropomorfizado. Para Spinoza, Dios no es un ser con características humanas, ni es un padre protector o una figura con la que los seres humanos puedan tener una relación directa. En su lugar, Spinoza concibe a Dios como la única sustancia que existe, la esencia misma del universo. Esta idea se articula en su famosa obra Ética, donde argumenta que Dios es natura naturans —la naturaleza creadora—, es decir, las leyes inmanentes y eternas que gobiernan todo lo que existe. En este sentido, Dios es el universo mismo, no un ser separado de él.
En la visión de Spinoza, Dios no tiene una personalidad ni emociones, no interviene en los asuntos humanos, ni escucha oraciones. Para Spinoza, todo lo que ocurre en el universo es una manifestación de las leyes naturales, que son inmutables y necesarias. El concepto de milagros es incompatible con su visión, ya que todo está regido por estas leyes universales que no pueden ser alteradas. La comprensión de Dios, en el sistema de Spinoza, se trata de entender la estructura de la realidad tal como es, aceptando que todo en el universo sigue un orden racional y natural.
Un aspecto central en la filosofía de Spinoza es que Dios y la Naturaleza son lo mismo (Deus sive Natura). Esta idea de identidad entre Dios y el universo marca una diferencia drástica con las religiones teístas tradicionales, incluidas las cristianas y, por supuesto, el mormonismo. Mientras que en el mormonismo Dios es una entidad separada del universo, en la filosofía de Spinoza, Dios es la totalidad de todo lo que existe. No hay un «Dios fuera» del mundo; el mundo es Dios en acción. Así, conocer a Dios es, para Spinoza, comprender las leyes fundamentales que rigen la existencia.
Otra diferencia clave es la noción de la moralidad y el destino humano. En el mormonismo, Dios tiene un plan específico para la humanidad, con un fuerte enfoque en la agencia moral, donde los seres humanos son libres de tomar decisiones que los acercan o alejan de su destino eterno. Los mormones creen en la vida después de la muerte, donde aquellos que han seguido el plan de Dios alcanzan la exaltación y se convierten en seres divinos. En cambio, para Spinoza, la salvación no es un estado en el que se llegue tras la muerte, sino que está vinculada al conocimiento racional de Dios y la naturaleza. Spinoza rechaza la noción de libre albedrío tal como lo entienden las religiones teístas, pues todo en su sistema está determinado por las leyes de la naturaleza. La verdadera libertad, para Spinoza, reside en aceptar la necesidad de estas leyes y vivir en armonía con ellas, no en la capacidad de elegir entre el bien y el mal.
En resumen, la concepción de Dios en el mormonismo es la de un ser personal, involucrado y activo, que guía a la humanidad y ofrece un camino hacia la divinidad a través de la obediencia y la fe. En contraste, la visión de Dios de Spinoza es impersonal, una fuerza inmanente e inmutable que no tiene intereses humanos ni conciencia, siendo idéntica al universo y sus leyes naturales. Mientras el mormonismo ofrece una relación cercana y emocional con Dios, el pensamiento de Spinoza invita a un entendimiento racional y filosófico de la naturaleza como la única expresión de lo divino.